Lecturas de Denmark Srteet (II)

 


JOVEN MORDIDO POR UN LAGARTO (hacia 1.595)

—Puesdes escuchar el podcast aquí: voz, José Blanco; música, Trojans (The Damned)—

La luz atenuada de la National Gallery
decanta el amarillo de las reanudaciones.
Aquí me has convocado. Mas siempre llegas tarde
a cuanto me concierne.
                                    Te imagino
con esa parsimonia que instruyes en mi vida,
tensando el límite de lo correcto,
cuando más necesito tu locura. Dirás
que el centro está tomado por turistas y ejército,
que has luchado en el tubo cuerpo a cuerpo,
cambiando varias veces de bando, y al final
has tenido que rendirte bajo el fuego
a quemarropa de unos ojos ávidos,
salidos de Las mil y una noches,
que te hallaron interfiriendo el rótulo
de Charing Cross. 
                            Al apearse, Sherezade
rehusó tomarte como prisionero.
Y me harás desear que tu historia no acabe.
Ahora entiendo que ya estabas aquí.
Por una vez te me has adelantado.
Porque eres el joven al que ataca el lagarto,
errando en mis zapatos como en un laberinto.
El reflejo fugaz de las vitrinas
delata un Minotauro abochornado,
con la marca indeleble de la duda,
pues todo se completa en su reverso.
Testigo necesario de la razia,
procuras no perder la noción de quien eres
ni tu firme tendencia al desacato.
«Dormir…, soñar acaso», representa en esencia
el mismo movimiento: la fricción de dos placas
tectónicas de un mundo que ama los objetos
y penaliza a nuestros semejantes.
Si el muchacho bajara a esta plaza,
¿pasaría por mimo, por estatua
viviente o por presunto terrorista?
Un refugiado, un cero a la izquierda y la derecha,
un excedente humano, una carga inconveniente.
Tocante a la piedad…, ni dios ni sus versiones.

Estudio a este joven que rebasa las jambas:
su espasmo en trance de conocimiento.
Se te parece, no en la pelambrera,
que empieza a escasear, sino en la luz
de la rosa prendida en el cabello.
Revela que el saurio le devora el corazón.
La honda mordedura no priva, sino entrega.
Tú sigues componiéndote jirones
de piel y de recuerdos que son míos.
Buscando un hombre libre encontraste una mujer:
la mujer en contraste, la mujer ofrecida,
los frutos generosos del verano,
los cuerpos derramándose dehiscentes.
De cada una de las llagas brota
un manantial de oro derretido,
explosiones incontroladas, églogas,
campanarios en ruinas con nidos de cigüeñas,
palacios anegados, escenarios
diseñados por la pasión que dona
la luz de la ventana sumergida,
el prisma impredecible de un jarrón.
Y fisgas mis cuadernos como amante indiscreta
a la que no apacigua comprobar
que es de ella y solo ella de quien hablo,
que no se reconoce en el perfil
que yo insisto en etiquetar poesía.
Buscando una palabra encontraste un acordeón,
encontraste un espejo en que mirarte.
Dime, si sabes, quién serás ahora
en la luz deformada de la National Gallery.

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