Un poema de Elisabeth Candina Laka


ESCOCIA

—Puedes escuchar el podcast aquí: voz, Elisabeth Candina Laka; música, José Blanco—

Escocia es un buen lugar para nosotros. Escocia es un dragón dormido. Escocia es azul. Escocia es el perfil de una montaña hundiéndose en el mar. Escocia es una sirena, un barco hundido, un tesoro, una cumbre nevada. Escocia es Dinamarca. Escocia es un buen lugar para nosotros.

ANARQUÍA, Ediciones Torremozas, 2013.



Lecturas de Denmark Street (y V)

 

RAIN FISH

—Puedes escuchar el podcast aquí: música y voz, José Blanco—

En otra vida he sido un pez de lluvia,
explorador anfibio del asfalto,
un alevín de cuerpo transparente
zigzagueando bajo el aguacero.
Un pez de lluvia, un niño, una alimaña,
azul depredador que se alimenta
de torpes guiños tuertos de neón
sobre el espejo roto de los charcos.
Un niño respirando por la herida,
el conductor de un sueño invertebrado,
un dragón desbordando la bañera,
una alimaña amorfa, boqueante.
Boqueaba justo al borde de la asfixia,
boqueaba para desaparecer
a través de tu sexo como sima
profunda que conecta siete mares,
siete puertas abiertas, siete veces
siete vidas de un gato relamido
hurgando en la basura, en librerías
de viejo, en diccionarios, en mercados
de flores, en museos, en teatros
al aire libre en los que incluso llueve.
Si pienso en otra vida, he sido un príncipe
abisal confinado en su palacio,
un niño que respira por la herida,
en otra vida he sido José Blanco.

Lecturas de Denmark Street (IV)

 


SOIRÉE

—Puedes escuchar el podcast aquí: voz, José Blanco; música, Wigwam (Bob Dylan)—

Hay una fiesta dentro de mi armario
Celebra los vestidos que has dejado
—El blanco y el de fuego inextinguible—
Desplazan mis camisas sin planchar
Como alas de un vuelo sin motor
Como letras de un nuevo abecedario
Transforman la quietud en aventura
Y el silencio los honra con su aplauso

Esperan que los saques a bailar
Los lleves al teatro alguna noche
De ensueño entre magnolias y jazmines
Y puesta en pie inaugures con un brindis
La enésima soirée con que resarces
A tantos corazones solitarios
Que ha ido carcomiendo la pimienta
Del severo sargento del amor

Después si necesitas que te ayude
Te recoges el pelo en la nuca
Viajero que se orienta de memoria
Recorro al descorrer la cremallera
La eterna ruta del Transiberiano
Que avanza por tu espalda hasta el Pacífico
Y apenas se desliza en los Urales
Tu piel conoce climas más benignos

Hay un baile de perchas en mi armario
Tus vestidos arrasan ampliamente
Se arrugan mis camisas a su lado

Denmark Street (Garvm poesía, 2019)

Lecturas de Denmark Street (III)


PERFECTOS DESCONOCIDOS

—Puedes escuchar el podcast aquí: música y voz, José Blanco—

Estas palabras proyectadas
proyectilmente hacia el futuro
—y van ya tres futuros renqueantes
en lo que llevamos de invierno—
conservarán apenas el calor
de unas huellas obstinadas
que azuleen la nieve en el camino
cuando incurras en regreso.
Dirías que volver nos compromete
más allá del color de las fotografías,
contrae los volúmenes y expande
e l s i l e n c i o .
Pasar la noche, una sola noche
requiere la destreza de muchos, muchos años.
Ya no quedan vituallas, salvo un ojo
laminado en la despensa,
dirías que te observa, en cambio te consume.
Antes de que preguntes para qué has venido
obtienes las respuesta en un espejo oblicuo,
parece concentrar la luz de un microscopio.
La casa está habitada por constantes renuencias
donde un pisapapeles con forma de sirena
sintetiza la semblanza
de su único inquilino,
el olor desesperado
que se adhiere a los muebles
como a restos de un naufragio
es el de quien sobrevive
sin haber corrido riesgos,
quien conoce la grafía
mas no le encuentra sentido
a la azul palabra etrusca
de fama desmesurada
que menudea entre líneas,
el centro de gravedad
condición sine qua non
por efecto o por defecto
de las historias dentro de la Historia.
Dirías que eres tú que estás sentado
en un sillón con orejas
leyendo frente a la ventana
Continuidad de los parques.

Lecturas de Denmark Srteet (II)

 


JOVEN MORDIDO POR UN LAGARTO (hacia 1.595)

—Puesdes escuchar el podcast aquí: voz, José Blanco; música, Trojans (The Damned)—

La luz atenuada de la National Gallery
decanta el amarillo de las reanudaciones.
Aquí me has convocado. Mas siempre llegas tarde
a cuanto me concierne.
                                    Te imagino
con esa parsimonia que instruyes en mi vida,
tensando el límite de lo correcto,
cuando más necesito tu locura. Dirás
que el centro está tomado por turistas y ejército,
que has luchado en el tubo cuerpo a cuerpo,
cambiando varias veces de bando, y al final
has tenido que rendirte bajo el fuego
a quemarropa de unos ojos ávidos,
salidos de Las mil y una noches,
que te hallaron interfiriendo el rótulo
de Charing Cross. 
                            Al apearse, Sherezade
rehusó tomarte como prisionero.
Y me harás desear que tu historia no acabe.
Ahora entiendo que ya estabas aquí.
Por una vez te me has adelantado.
Porque eres el joven al que ataca el lagarto,
errando en mis zapatos como en un laberinto.
El reflejo fugaz de las vitrinas
delata un Minotauro abochornado,
con la marca indeleble de la duda,
pues todo se completa en su reverso.
Testigo necesario de la razia,
procuras no perder la noción de quien eres
ni tu firme tendencia al desacato.
«Dormir…, soñar acaso», representa en esencia
el mismo movimiento: la fricción de dos placas
tectónicas de un mundo que ama los objetos
y penaliza a nuestros semejantes.
Si el muchacho bajara a esta plaza,
¿pasaría por mimo, por estatua
viviente o por presunto terrorista?
Un refugiado, un cero a la izquierda y la derecha,
un excedente humano, una carga inconveniente.
Tocante a la piedad…, ni dios ni sus versiones.

Estudio a este joven que rebasa las jambas:
su espasmo en trance de conocimiento.
Se te parece, no en la pelambrera,
que empieza a escasear, sino en la luz
de la rosa prendida en el cabello.
Revela que el saurio le devora el corazón.
La honda mordedura no priva, sino entrega.
Tú sigues componiéndote jirones
de piel y de recuerdos que son míos.
Buscando un hombre libre encontraste una mujer:
la mujer en contraste, la mujer ofrecida,
los frutos generosos del verano,
los cuerpos derramándose dehiscentes.
De cada una de las llagas brota
un manantial de oro derretido,
explosiones incontroladas, églogas,
campanarios en ruinas con nidos de cigüeñas,
palacios anegados, escenarios
diseñados por la pasión que dona
la luz de la ventana sumergida,
el prisma impredecible de un jarrón.
Y fisgas mis cuadernos como amante indiscreta
a la que no apacigua comprobar
que es de ella y solo ella de quien hablo,
que no se reconoce en el perfil
que yo insisto en etiquetar poesía.
Buscando una palabra encontraste un acordeón,
encontraste un espejo en que mirarte.
Dime, si sabes, quién serás ahora
en la luz deformada de la National Gallery.

Lecturas de Denmark Street (I)



CORAZÓN PERFUMADO DE ESTAFETA

—Puedes escuchar el podcast aquí: voz, José Blanco; música, Eleanor Rigby (strings only) (Lennon-McCartney)—

El gentío indolente se concentra
en las lindes sin luz del socavón
donde los niños tiran sus juguetes
para ver cuánto tardan en caer
al fondo y sus pequeños corazones
presienten en las cosas de la vida
un lejano rumor de catarata.
La rata metabólica ha engullido
la esquina más tierna del calendario
y los padres empujan a los hijos
que les recuerdan sus debilidades
forzados a imponer su autoridad,
les besan y apuñalan por cultura
los muñones de dos alas fallidas,
alitas que nacieron para dentro,
vilanos al rebufo de los trenes.
Los amantes se arrojan abrazados
sin saber, o sabiéndolo de más,
que siempre duermen solos sobre un lecho
de piedras y neveras con imanes
del cisma de lo que ellos ya no son.
Yo también fui arrojado. 
                                        Allí se abrió mi frente.
Allí brotó un pinsapo vacilante.
Allí creció la idea de una venus
de óxido y ombligo intermitente.
Allí encontré mis labios de cristal.
Ahora ya no son míos, son de crimen
y de otras palabras homicidas.
Mi corazón es una ampolla de aire
que llevo a todas partes en un sobre
con burbujas, si algún día se quiebra,
cabrá por la ranura de un buzón.

(La primera edición del telediario
ajusta torniquetes en la sien
al público que aplaude en la caverna.)