Un fragmento de Amuleto


 INVOCACIÓN

—Puedes escuchar el podcast aquí: música y voz, José Blanco—

Basura espacial en las alturas
y en la tierra paz a los hombres de manifiesta infelicidad.
Revélame, oh Musa, el tropel varado en tu fluido amniótico,
declara la adusta malformación de un enjambre silente.

En tu lodo boquean desprovistos los hijos de la infamia
el relato irrepetible que jamás será olvidado
por aquel que juzga los días sin retorno
rascándose la piel vacante.
Quien tiende a saber de sí como consigna,
el que admira el cielo encrespado en la superficie de los charcos
y cifra el grado de inanición sobre la faz roturada.

Sus labios leporinos concitan la indecisión notoria,
el relincho famélico, albarrubí y aguarescente del hipocampo,
la insolvencia contractual del desconsuelo ímprobo,
la esbelta sin razón de peregrinar en denodada búsqueda.

Dime, oh Dama, qué fue de aquellos compañeros de viaje,
los que dormían ovillados en el zócalo,
los que se emancipaban de sí durante el sueño,
los que se rasguñaban el cordón umbilical en vertiginoso vuelo rasante
por calles sin nadie bajo el pobre alumbrado
y la añoranza del hogar entorpecía su progresión.

Sé veraz, oh Lumia, mas sé justa con esta propensión al desierto,
pues fuimos tan frágiles como luz de luna
filtrada por las ramas en el bosque,
como el tallo turgente del ciclamen.
Aun nos paraliza la congoja
de haber llegado a hacernos acreedores
de semejante herencia enajenada.

Dime ahora, tú, a quien todo es debido,
qué ajuares, qué instrumentos, qué regalías
doblegaron la inocencia con una lengua de fuego.
Dónde acaba el arte, dónde comienza la vida.
No profecías, címbalos, no arcángeles, urubúes.
Sólo soy un hombre que naufragó en el diccionario
cuando buscaba la definición de isla.

Dame las ínfulas del niño empecinado en no crecer.
Concédeme la coloratura del muchacho que habita en las canciones.
Posa en mí el fulgor del joven que planea hasta caer rendido.
Inyecta la cabal extensión de las horas en mis ojos opacos.
Confiéreme la destreza de enhebrar pregunta tras pregunta,
interminablemente.

En tu canto hallaré razones para creer,
fundadas razones para creer
que no hemos sido solamente lepra del cosmos,
siniestros productores de basura espacial.
A la casta ignominiosa de espurios malversadores
danos la paz.

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