JUSTICIA POÉTICA. Actualización.




JUSTICIA POÉTICA es el título de la exposición que presento este mes de marzo (del 5 al 28) en el Spazio Grossi de Bilbao.

Mi pequeña muestra conceptual es pequeña en volumen y procedimientos, aunque grande en ambición. Consiste en una anécdota, una reflexión y una acción.

Anécdota.-

La anécdota se remonta a mi primera visita a París en los años 80 del pasado siglo. Entonces, por supuesto, recorrí los museos y los cementerios de la ciudad.

En una visita posterior, volvería a hacerlo. La gran diferencia estaba en que, con la proliferación de las herramientas digitales, ahora se podían tomar fotos sin flash de las obras de arte.

Quizá, como consecuencia de lo anterior, viajar se había convertido en llegar a determinado punto para tomar la foto. Se estaba produciendo un trasvase de la experiencia a la apariencia de... y la exhibición desmedida de las apariencias. Esto tiene que ver con la reflexión que abordaré más adelante.

Ya no sólo los lugares emblemáticos, sino también los iconos culturales más protegidos estaban por fin al alcance de todas las cámaras, incluso de la mía, aunque existía una gran competencia a la hora de posicionarme para obtener la mejor instantánea.

Fue entonces cuando comencé a percibirlo como el fenómeno que convierte en atracción de feria objetos que han sido producidos con otra finalidad, sea la que sea, el halago personal, remarcar la pertenencia a determinado estatus social, etc..., finalidad que quizá no tenga vigencia, pero de la que en cualquier caso son despojados.

Este era el caso de la Gioconda. Yo había disfrutado de la sutileza del cuadro a un metro de distancia sin estorbos, y de repente, en una sala exclusiva, era exhibida dentro de una vitrina blindada, o mejor, un photocall a prueba de psicóticos rodeado por una nube de virtuales admiradores. Me chocó tanto que me dediqué un buen rato a fotografiar a los fotógrafos improvisados.


La anécdota habría terminado ahí de no ser porque en otro museo, el Museo d'Orsay, que dista del Louvre unos pocos centenares de metros, el cuadro que más me interesaba, El origen del mundo, de Courbet, me lo encontré colgado solitario en una sala lateral sin tránsito. Esto me produjo cierta indignación, sobre todo después de haber asistido a la atención, a mi parecer desproporcionada, que recibía la Gioconda.


Esta es la génesis de la pieza que presento en el Spazio Grossi, aunque no es nueva, nunca hasta la fecha la había contextualizado, describiendo la secuencia de los acontecimientos que me incitaron a arrebatarle el público a la vedette de Leonardo da Vinci, para cedérselo a la controvertida obra de Gustave Courbet, como un acto de justicia poética.


A mi modo de ver, la tensión entre ambas obras ejemplifica el difícil equilibrio que se produce en las pulsiones vitales y a las que el arte y la literatura nunca han permanecido ajenas, porque tratan precisamente de eso, de la vida, me refiero a la tensión entre lo apolíneo y lo dionisíaco, lo excesivo y lo contenido, la norma y el caos. Esta correlación de fuerzas se halla también en mi propia obra. Me siento muy persuadido por el abandono y la libertad presentes en Courbet, aunque tampoco desdeño las formas clásicas y las estructuras cerradas en lo que escribo. Es decir, siento que una línea muy fina separa ambas tendencias, tan fina que en ocasiones se confunden.

La proximidad física de estas dos obras con connotaciones tan opuestas para mí, en sendos museos del centro de la ciudad, me llevó a fantasear con la unidad de medida para tensiones contrarias, y llegué a la conclusión de que, para esta muestra, quizá podría establecer una medida de distancia física en relación con la que las separa a ellas a uno y otro lado del Sena. Es decir, será la distancia en kilómetros la que determine la distancia de otros conceptos como moral, utilitarismo, compromiso o libertad creadora.

Cuadro de tensiones y afinidades electivas.-

Del Museo Louvre (Rue de Rivoli) al Museo d'Orsay (1 Rue de la Légion d'Honneur) hay 1,1 km. de tensión.

La Tate Modern, en el Bankside de Londres, custodia una reproducción de La Fuente que Duchamp realizó en 1964. Los separan 466 km.

Del Louvre al Cabaret Voltaire (Spiegelgasse 1) median 655,9 km. Uno de los hitos Dadá es precisamente no tomarse nada en serio a la inquilina de la calle Rivoli.

En el Museo de Bellas Artes de Bilbao (Museo Plaza 2) está depositada una de las seis copias de Los Caprichos de Goya. Hasta aquí hay 918,6 km.

Los dibujos y acuarelas de Egon Schiele, censurado hoy mismo, en el homenaje por su centenario, integra La Colección Gráfica Albertina (Albertinaplatz 1). Quedan a 1236 km.

En el Museo Borghese (Piazzale Scipione Borghese 5) se conservan algunas de las obras más significativas del santo patrono de los excesos, Caravaggio. Aquí la distancia es tanto mayor cuanto mayores y más incontrolables son las pulsiones: 1418,1 km.

Me ha interesado medir estas distancias en primer lugar, porque importan a autores que para mí son esenciales, pero no son los únicos. Es una obra inacabada. Nuevos radios y segmentos se extenderían y cortarían los de estos precursores con las de otras obras surgidas muchas veces en condiciones de incomprensión y censura, produciendo una tupida tela de araña en expansión al sumar las distancias que llevan a Louis Bourgeois, Frida Khalo, Yoko Ono, Cindy Sherman, Santiago Sierra, Spencer Tunick, La Ribot, Pipilotti Rist, Marina Abramovic, Maruja Mallo, Meret Oppenheim, Dora Maar, Alva Bernadine, Bill Viola, Odilon Redon, Rocío Boliver, Niki de Saint Phalle, Leonora Carrington, John Cage o Sophie Calle, por ejemplo.

Reflexión.-

Detrás de cualquier creación hay una reflexión y/o una intuición poética, aunque el autor quizá no sea del todo consciente ni de la una ni de la otra; incluso si se ha propuesto no dejarse condicionar por esta o por aquella, apostándolo todo a la casilla del azar, existe un planteamiento vital e intelectual (la verdad personal, ya próxima a la norma, ya en las antípodas, aunque rara vez equidistante), como filtro y apoyo para su obra.

En este caso particular, no sólo no renuncio a dichos planteamientos, sino que me he propuesto recorrer el camino a la inversa, permitiendo que el razonamiento permanezca en primer plano y que la obra resultante, con rango de boceto, guión o partitura, le sirva de apoyo.

Entre los dos viajes descritos pasaron quince años, aproximadamente, en los que observo cómo esa espectacularización del arte y la cultura es sólo un reflejo de la deriva que está tomando la sociedad.

Se viaja a las ciudades para fotografiarse uno a sí mismo ante los monumentos; se visita los museos para retratar o retratarse junto a las piezas icónicas; se acude a conciertos para registrar momentos de los espectáculos; incluso en el cine se dispara a discreción hacia la pantalla (en el teatro, en cambio, no está permitido usar los móviles, aunque todo se andará). No busquen una huella detrás de estos actos, porque no la hay, ni se pretende. Son una lluvia que no cala, son un sol que no calienta. No conllevan transformación profunda porque no exigen compromiso cierto. Sólo con deslizar el dedo desaparecen.

Es, como digo, un reflejo de lo que está sucediendo a gran escala, porque otros quince o veinte años más tarde el proceso no sólo no se ha detenido, sino que va a peor.

Hemos ido hacia una infantilización de la sociedad, que se conforma con supercherías. La prueba más evidente son los políticos que tenemos. La inmediatez de los medios tecnológicos más la progresión exponencial de las redes sociales están dando como resultado la banalización en todas las esferas de la sociedad: la política, la violencia, las relaciones, la información, y por supuesto, la cultura y el arte.

Mi diagnóstico no pretende ser definitivo, sino expresar que esta deriva me sume en una profunda melancolía, presente en esta muestra en la imagen tomada en el cementerio del Père-Lachaise junto a la tumba de Modigliani. Es una melancolía equiparable a la que produce viajar en metro en soledad por las entrañas de una ciudad extranjera, como si viajásemos en el estómago de una bestia que no termina de digerirnos, y esta multiplicada por muchos viajes.


Acción.-

Para superar la melancolía, para no dejarnos abatir debemos reaccionar. Mi reacción ha consistido en una búsqueda permanente de la belleza de lo imperfecto, inadecuado e inaceptable dentro de lo que Byung-Chul Han ha llamado “el desierto o infierno de lo igual”, es decir, la uniformidad, asepsia e hipocresía que rigen la sociedad capitalista. Me identifico más con los apocalípticos que con los integrados, a pesar de dejarme seducir en numerosas ocasiones por la mesura y contención.

El tercer elemento que completa la muestra en Spazio Grossi es el resultado de la acción propuesta a los asistentes. Pedí a los presentes que se posicionaran, que optaran entre apolíneo o dionisíaco, entre apocalíptico o integrado. Para ello cedí una gafas intervenidas, en cada una de las lentes había una Gioconda, la de Leonardo y la dadaísta. Los asistentes debían posar con las gafas puestas, tapando con la mano la lente que correspondía según era su posicionamiento: la dadaísta, si se consideraban apolíneos, la original, si se declaraban dionisíacos. En caso de indecisión podían posar con ambas lentes visibles.

Tomé fotos de las poses in situ, las cuales permanecerán en un álbum a disposición de los visitantes el tiempo que dure la muestra.

Un boceto, un guión y una partitura. La ejecución sólo era posible con el concurso de los invitados que pudieron acercarse al Spazio Grossi el lunes 5 de marzo para asistir a la inauguración de Justicia Poética. Debo expresar por ello mi gratitud a mis anfitriones, Fausto, Victoria y familia, como a la veintena de amigos y artistas que escogieron nuestro encuentro en tarde lluviosa.